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La leche, tíos, resulta que he tenido otra de mis visiones; me encontraba por la muralla a la altura de la catedral cuando apareció, un espectro ataviado con sombrero, lentejuelas y calcetines blancos, estaba como conjurando al cielo mientras profería gritos y aullidos extraños, tenía espasmos, convulsiones repentinas, agarradas de huevos… Comenzó a dar vueltas y mientras ascendía en cada movimiento, intenté alcanzarle en vano, se elevó hasta fundirse en las estrellas hasta emitir el último destello. Me sentí extraño, empapado hasta las cejas por la lluvia y con el sentimiento de que algo se había escapado para siempre de la tierra. Con esas pintas, ese tío o lo que fuera, aquí sería muy criticado hasta en este Arde Lucus tan lluvioso.